terça-feira, 22 de dezembro de 2020

SE VA EL AÑO, Y LOS QUILEROS…

Un año atípico llega a su fin, y especialmente para los comerciantes de todo el Uruguay, la situación no ha sido fácil.




Distanciamiento o aislamiento social, confinamiento voluntario o el lineamiento estatal de #quedateencasa , la cuestión es que este 2020 ha quedado marcado en la memoria de gran parte del mundo y los quileros no son la excepción: siguen yendo a comprar de máscara y cargando lo que pueden, cómo y por donde pueden.

Sin embargo, al margen de todas las dificultades señaladas en artículos anteriores y que se refieren a su salud, a la educación y la represión que han debido enfrentar desde los orígenes de la historia, en nueve meses de un nuevo gobierno uruguayo su trabajo ha sido tema de propuestas legislativas, desde diversas tiendas políticas se han planteado múltiples propuestas, todas discutibles y todas con algo positivo para las fronteras, pero la esperanza parece centrarse en una idea más integral que surge del interior y desde el llano.

Sabiendo que no se trata de distancias geográficas determinadas en quilómetros, ni tampoco de kilos de alimentos permitidos para pasar por la Aduana, Atilio Amoza y Juan Manuel Rodríguez (Tacuarembó) insisten en que debemos hablar de libertades -eso que el Presidente de la República repitió varias veces en su discurso de asunción el 1° de marzo-, especialmente la libertad de poder comprar donde nos es más conveniente.

Su propuesta pretende cambiar el enfoque represivo hacia el contrabando. Si bien los dos fundamentos para combatir el contrabando que realizan los quileros son la protección a la industria nacional y la supuesta evasión de impuestos, hoy tales argumentos carecen de validez, ya que al estar dentro del Mercosur no existe esa protección arancelaria a los productos de los países vecinos.

En lo impositivo, los quileros pagan impuestos aún sin quererlo, ya que al comprar en Brasil, lo hacen como consumidor final y pagan IVA en el vecino país; entonces no hay tal omisión del pago de tributos, dicha apreciación es incorrecta y perfectamente podría resolverse con políticas espejo en nuestro país, reduciendo o erradicando así ese daño parcial e involuntario, pagando los impuestos en el país de ingreso.

En ese sentido, proponen que se busque un mecanismo para formalizar la actividad, para que el quilero, para que de ese modo, deje de ser jurídicamente un delincuente y pase a ser un pequeño importador, lo cual sumado a la propuesta legislativa que algún integrante del partido de gobierno esgrime, quitando la sanción penal a la actividad de transporte y comercialización de mercaderías del vecino país, reduciría el número de presos por tal delito y concomitantemente evitaríamos que ciudadanos honestos que pretenden trabajar se relacionen con verdaderos delincuentes que luego los captan para el crimen organizado.

Entonces, más allá de las restricciones de ingresos al Uruguay, del rastreo de contagiados, y potenciales portadores del virus, hay otros temas que preocupan a un gran sector de la sociedad, y todas las esperanzas están puestas en estas propuestas complementarias de despenalización, que -junto a la apertura del país para turistas y la flexibilización comercial fronteriza-, conducirían en un futuro a la regulación de la actividad y viceversa.

Ahora, solo depende de la voluntad política del gobierno de turno, una decisión sabia que descomprimiría mucho la delicada situación social de las regiones fronterizas del país y que los quileros, como otros muchos comerciantes, podrían recibir con gran beneplácito en este 2021 que llega, posicionandonos de otro modo frente al comercio de los vecinos paises.

Richar Enry Ferreira

sábado, 5 de dezembro de 2020

SOCIEDAD PENSANTE

Es tan preocupante el número de quienes pierden su vida a causa o por consecuencia del virus, como la cantidad de gente que ingresa en la zona de vulnerabilidad social.


Durante estos días venimos siguiendo momento a momento, como si fuera un campeonato mundial de fútbol, cifras, números y conceptos aislados que no representan nada en el universo global, conformado por causas de muerte con motivos previsibles por los que la gente no hace nada para evitar. 

¿Por qué dejamos de hablar del SIDA, porqué dejamos de hablar del consumo problemático de drogas, porqué nadie más habla de los homicidios, que se siguen sucediendo -especialmente el de los trabajadores de la seguridad pública (entre 6 y 8 muertos por año), un índice que no se logra revertir y que acompasa la realidad de la región (entre 0,17 y 0,22 c/100 mil hab.)-, ni de todo el daño en las víctimas que los delitos dejan tras de sí? 

Peor aún: seguimos sin resolver el problema de los crecientes suicidios, números desdibujados por intereses políticos, que no arrojan claridad ni mucho menos veracidad como para poder adoptar medidas que reviertan tan duro flagelo (falsos positivos y falsos negativos), que ataca silenciosamente a personas de todos los estratos sociales, configuraciones familiares o franja etaria. 

Es más, ningún médico nos dice cuántas personas pierden sus vidas por mala praxis, ningún integrante del gobierno nos cuenta cuántas personas fallecieron por virus intrahospitalarios en razón de una internación o simple consulta en un centro de asistencia de salud, ni mucho menos encuentro algún medio que informe cuántas personas requieren atención psiquiátrica debido al estrés, la angustia y la depresión que todo el actual escenario causa.

Pareciera que las enfermedades en el mundo, que las desgracias o las malas noticias tienen “una moda”, tendencia ésta determinada por otros intereses que a menudo se alejan mucho de la salud o del bienestar de la población; tal es así, que ante la noticia de que Francia liberaría a la población para que empezara a regresar a la normalidad, la recomendación de la OMS fué "deben invertir más en salud", mientras por otro lado advierte que esto  no va a cabar más

Entonces aquí es donde se nos plantea el desafío de parar –y no porque se pretenda negar la existencia del Covid, o porque se busquen conspiraciones farmaceuticas y de los empresarios de los laboratorios-,  parar, pensar y preguntarse: ¿es todo lo que veo tal como me lo cuentan? ¿Cuánto depende de mí el reducir los contagios, y cuánto depende del interés de otros en aumentar la cantidad de test para elevar el índice? ¿Debo preocuparme por evitar la interrelación social para impedir el contagio y así reducir la probabilidad de comorbilidad, o es más preocupante la certeza laboral luego de la “cuarentena” de 14 días, meses en seguro de desempleo y empresas que cierran por falta de viabilidad…? 

Parece no existir una respuestas, sólo muchas dudas y la invitación a seguir cuidándose, minimizando las posibilidades de contagio y viviendo sin miedo, porque si una cosa debilita a los pueblos es el miedo –basta recordar al Cid, en ese relato épico según el cual el caballero derrotó a las huestes del rey moro Búcar que atacaban Valencia, después de muerto, amarrado a la montura de su caballo-.

Richar Ferreira